En
una entrevista con la autora Ángeles Caso publicada en la revista “EnFemenino”,
el entrevistador le pregunta: “Si tuvieses que hacerlo, ¿qué situación política
actual escogerías para novelar? Y ella responde: “Me costaría muchísimo, porque
para hacer ficción necesito tener una cierta distancia temporal, espacial y
emocional. Ahora mismo me siento tan implicada, preocupada y asustada con todo
lo que pasa a mi alrededor, que me impediría escribir una novela sobre los
políticos contemporáneos. Lo más que he podido hacer, es esto”.
La autora nació en 1959, en los años
franquistas de la posguerra. Cuando
murió Franco, Caso tenía ya quince años y no podía creer la noticia. En sus
palabras: “Recuerdo que estaba durmiendo y sonó el teléfono. Alguien llamó para
pasar la noticia a mis padres. Me levanté y puse la radio y estaba sonando
música sacra. Entonces pensé: « ¡Por fin!».”.
Es mejor empezar el comentario con
la descripción de la novela introducido por La Editorial Planeta: “Un
largo silencio narra la historia de unas mujeres supervivientes de la guerra
civil española que deben aprender a afrontar la cruda realidad de la derrota”. Es
la novela con la que la autora, Ángeles Caso, ganó la quinta edición del
Premio de Novela Fernando Lara en el año 2000, el mismo año en el que la novela
fue publicada. Caso es licenciada en Historia del Arte y su obra “Un largo
silencio” se ha convertido en un hito en las novelas para la recuperación
de la memoria histórica, con numerosas ediciones.
La novela gira en torno a una mujer,
Letrita, cuyo marido e hijo pertenecieron al bando republicano, y que,
finalizada la guerra civil española, regresa a la ciudad de provincias en la
que había transcurrido su vida hasta el inicio del conflicto. Sus tres hijas y
su nieta de pocos años la acompañan en el difícil regreso. Como si de un fatal
presagio se tratara, un fuerte aguacero recibe a ese grupo de mujeres,
cansadas, débiles, derrotadas, pero en cuyas miradas late, sin embargo, toda la
voluntad y el deseo de salir adelante de los supervivientes.
Vuelven solas, el
marido de Letrita ha muerto en el exilio, su hijo ha caído en el frente
luchando contra el ejército sublevado, y su yerno, también de izquierdas, está
en la cárcel pendiente de juicio. Un regreso difícil, pues se enfrentarán a la
vergüenza y humillación que sufren los vencidos por parte de los vencedores, al
resentimiento, a la ira, al miedo…. Una historia desgarradora, que aunque en
esta ocasión es ficción, nos describe la cruel realidad que sufrió mucha gente
a lo largo y ancho de la geografía española durante esa época. Un largo
silencio que impuso la dictadura y que sufrieron muchos derrotados.
Salvo la niña, todas han perdido
mucho, quizá demasiado, con la guerra. En breve, los vencedores comenzarán a
dejarles claro que tampoco podrán recuperar nada de cuanto aún creían poseer,
desde la casa familiar, que les ha sido usurpada, hasta la belleza de sus
sueños. La derrota no sólo ha sido total: deba ser continua.
La narración nos
traslada a la España de la posguerra, recién terminada la guerra civil,
situándonos en una “imaginaria” ciudad costera del norte de la Península que
todo hace pensar que se trata de Gijón, la ciudad de nacimiento de la autora.
La novela está dividida en diez
capítulos, cada uno narra la historia de la vida, y a veces la muerte, de uno de
los miembros de la familia Vega. Las historias se cruzan y se alejan. Cada
capítulo lleva un nombre que, salvo el primero y los dos últimos, tiene el
nombre del personaje del que habla: “La muerte de Pueblo”, “María luisa y
Fernando”, “Los amores de Feda”,… etc. El primer capítulo lleva el título “el
regreso” y sirve como introducción a lo que ha pasado hasta el momento. Los
últimos dos llevan los nombres “La fealdad de vida” y “La renuncia”
sucesivamente.
Aunque está narrada en la tercera
persona, el narrador no es solo omnisciente, sino también se mezcla con los
personajes y se identifica con ellos en muchas posiciones.
El estilo es tan ambiental que hace
al lector imbuirse en la situación. Abunda la descripción detallada de cada
situación y de cada sentimiento. Las
frases son bastante largas; una frase puede ocupar un párrafo entero, pero, al
mismo tiempo, el estilo es muy sencillo.
Además, la novela tiene cierto aire
sentimentaloide que no ha terminado de resultarme natural y una excesiva
contraposición de lo bueno y lo malo, demasiado blanco y demasiado negro
olvidándose de la amplia gama de grises que impera en cualquier historia.
Sorprende sin embargo, que Letrita,
el personaje sobre el que principalmente gira la historia, no tenga un capítulo
dedicado sólo a ella. Pero no por ello dejaremos de conocerla, al contrario, a
través de la historia del resto de los integrantes de la familia nos haremos
una clara idea de su personalidad y tesón. Todo un ejemplo de coraje y fuerza
ante las adversidades.
El trazado de los personajes destaca
la matriarca. Todas las protagonistas son mujeres que han perdido todo y siguen
perdiendo día a día y aún así siguen luchando cada una a su manera y es
precisamente en la forma de lucha que tiene cada una donde Ángeles Caso nos
muestra los mil matices de la fortaleza de estas mujeres y va trazándonos sus
caracteres con minuciosidad. Es en la menor de todas ellas, en la nieta, en
quien menos se detiene la autora aun cuando es precisamente en su personaje en
el que se vislumbra un cierto si no optimismo si al menos aceptación por un
futuro que siempre estará marcado por el presente para las mayores de la
familia pero que para la pequeña debe abrirse evitando lastres heredados.
Memoria e identidad se combinan para
integrar al disidente y al diferente, y alumbrar formas de ser y de estar
más abiertas y ajenas a lo uniforme. La fuerza, pero también la debilidad
humana, se mezclan en todos los personajes, especialmente en Letrita:
No quiere mirar porque está segura de que
si mira sólo verá el vacío, la ausencia del marido muerto, la ausencia del hijo
muerto, los agujeros de todos los muertos y los desaparecidos y los presos, los
agujeros del silencio que habrán de guardar de ahora en adelante y del hambre
que ya están pasando, el vacío de las casas bombardeadas, de los niños
destrozados, de las vacas sacrificadas, de los árboles talados, de la gran
mancha oscura del mar. (pp.17)
No se puede ignorar también la
simboliza que lleva cada nombre de los nombres de los protagonistas. Por
ejemplo: “Letrita”, que es el diminutivo de “letra”, es la voz de la novela, la
voz de la época y es la representación de todas las mujeres que han sufrido por
los acontecimientos insoportables de la guerra civil. “Alegría” en la novela
representa el lado luciente; es quien lleva la sonrisa a los labios con sus
comentarios sutiles.
Acaso del tiempo, se puede observar
claramente que no es lineal. En cada capítulo nos va contando el narrador la
historia particular de cada uno de los integrantes de la familia, dando saltos
en el tiempo, tanto al pasado como al futuro, entrelazando unas historias con
otras de tal forma que el lector llega a conocer no sólo la historia personal
de cada personaje, sino también la historia global de la familia. Al finalizar
la novela, el lector va a tener una idea lineal del paso de los acontecimientos
pero mientras leyéndola, no va a tener ninguna idea.
La novela empieza
por el regreso, pero dentro de los capítulos de cada personaje, la historia
suele empezar desde mucho antes. El regreso no es el punto de partida de la
novela, sino es más el medio. La novela narra la historia de esta familia antes,
durante y después de la guerra. El regreso es el fin de la primera fase y es el
comienzo de la segunda.
El espacio no es
cerrado entre las murallas de las casas ni es abierta en las calles; se mezclan
los dos. Ahora bien, el ambiente general de la novela refleja los sentimientos
de los personajes; o mejor dicho: la naturaleza está vista por medio de los
ojos de los protagonistas. Puedo exagerar un poco y decir que el estilo es
parecido al Romanticismo famoso, donde la naturaleza y el ambiente son la
representación de las emociones de los personajes. En el primer capítulo, al
regresar a la ciudad, el narrador describe el viaje de volver diciendo:
“Tres días de
cruzar campos asolados y tristes, ciudades que parecen sostenerse en pie por la
milagrosa acción de alguna fuerza contraria a la gravedad, poblaciones de muros
desparramados como lava de volcanes – temblorosas las torres heridas de las
iglesias, de las que huyeron hace tiempo las cigüeñas en busca de otros nidos
silenciosos- y cementerios grandes y solitarios que parecen albergar a todos
los muertos del mundo. Tres días de sol seco, azuzado, de insoportable luz
puntiaguda”. (pp.18)
La novela representa la dura época
de la posguerra. Está llena de reflejos de la crueldad y la brutalidad de la
guerra y sus consecuencias. Una ventaja de la novela es que está bien
trabajada. Los acontecimientos están basados a actos reales que ocurrieron
durante la posguerra española. Un ejemplo de ese es lo que nos narra la novela
sobre el viaje de volver en un tren sofocante y de un recorrido muy largo. Se
puede encontrar huellas de este hecho en los libros de historia como lo
mencionó Fernando Vizcaíno Casas en “La España de la Posguerra”:
“Las gentes recuperaron, bien con
dificultades, sus hogares. El éxodo de muchas personas, traídas y llevadas por
los vaivenes de las batallas, había dejado fuera de sus residencias habituales
a millares y millares de españoles. El gobierno organizó trenes de evacuación,
para devolverse a sus casas. Trenes de largo recorrido […]”.
Una de las hijas de Letrita,
Alegría, intenta a recuperar su trabajo pero la empleadora no la permite porque
no tiene “Certificado de adhesión al movimiento nacional”.
“- ¿Tienes
el certificado de adhesión al Movimiento Nacional?
Alegría palidece.
-
No.
-
Pues sin eso no te puedo dar trabajo, hija… Yo no tengo nada contra ti,
más bien al revés, ya sabes que siempre estuve muy contenta contigo, pero ahora
las cosas son difíciles para todos, y no debo arriesgarme a meterme en líos por
una tontería como esa. Si consigues el certificado y el puesto está todavía
libre, tuyo será”. (pp. 189)
El
certificado de adhesión al Movimiento nacional fue la herramienta que usaba la
Falange para controlar la vida de los españoles. No solo este certificado
facilitaba tener listas de los nombres y las direcciones, sino también era una
manera de castigar a los no pertenecientes a su paraguas.
La autora
revive imaginativamente un trozo de la sublevación franquista y lo enlaza con
sus consecuencias. Ese recorte temporal sirve de dramático escenario para el
argumento novelesco, la tragedia que viven cinco mujeres, pertenecientes a tres
generaciones de una misma familia republicana e izquierdista, que vuelven a
Castrollano acabada la lucha.
La familia
sirve para demostrar los horrores de aquel tiempo en un lugar imaginario pero
que vale como modelo de cualquier otro sitio de entonces. Allí las mujeres
descubren las secuelas de terror y crímenes de la guerra. Y ellas mismas sufren
toda clase de desventuras, padecen vejaciones y resultan víctimas del odio
político y de la intransigencia religiosa. De modo que una anécdota circunscrita
a los padecimientos de unos seres humanos concretos se convierte en una tajante
denuncia de los culpables, sobre todo de los falangistas y los católicos. El
fanatismo de los vencedores se subraya al enfrentar sus comportamientos con los
de algunas gentes progresistas que buscaban un mundo mejor, más justo e
igualitario.
Abunden,
entonces, muchas señalaciones a la destrucción, el chaos y la crueldad de la
vida que causó la guerra civil:
“La guerra
no era un juego, ni una simple noticia en los periódicos, ni una acalorada
discusión de café. Lo de la guerra iba en serio, y era la muerte y el miedo y
la tristeza y la rabia y la desolación”. (pp.46)
“… quizá era
más humano lo que hacían antes, convertir a los vencidos en esclavos y no
dejarlos morirse de hambre como están haciendo ahora con ella”. (pp.203)
Un largo silencio profundiza en
uno de los episodios más terribles de la historia reciente desde la mirada,
lúcida e inerme, con que una serie de mujeres, muy distintas entre sí, observan
un mismo y desolado paisaje ante el que no cabe más refugio que el recuerdo, ni
más gesto que la claudicación.
'Un largo silencio' tiene, en una
primera instancia, un valor testimonial y queda en ella bien claro el alegato
contra unos grupos privilegiados que defendieron con las armas sus intereses y
creencias, y utilizaron la violencia para sostenerlos. No por partir de algo
sabido y contado innumerables veces carece de fuerza. Es más, por la abundancia
de rasgos emocionales resulta una novela conmovedora, aunque abuse de cierta
sentimentalina. También cae en una excesiva reducción maniquea del mundo, con
contrastes muy marcados entre buenos y malos. Pero esa intencionalidad crítica
unida a su facilidad de lectura dan como resultado un libro interesante y
entretenido, aunque amargo.
Quiero terminar mi comentario con
una cita de la autora, Ángeles Caso, de uno de sus diarios publicados bajo el
título “Desde lejos”:
“Al fin y al cabo, la mayor parte de
las sociedades se han organizado de esa manera: el poder suele imponerse
mediante el miedo”.
El miedo que supuestamente tendría
que controlar la gente, sofocarla y mantenerla en un estado estable, no ha
funcionado con todos. Algunos, como los protagonistas de nuestra novela, la
luchan y la pelean. Algunos bajan sus cabezas
por ratos hasta que pasa el tormento y después se levantan otra vez de
las cenizas para continuar su vida y seguir disfrutándola.
2015
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